23.1.08

EL SABER PRIMIGENIO DEL CURANDERO

Escribo este capítulo como homenaje a uno de los hombres que encarnaron más dignamente el conocimiento primigenio y empírico de la naturaleza. Un hombre “sin estudios”, llano, franco, noble. Mezcla genial de místico y de loco (con todos los respetos). Posiblemente el eslabón perdido entre la sabiduría popular, la magia y la civilización moderna.


Marcos Etxeberría reunió lo mejor de la fitoterapia ancestral, una honradez difícil de igualar y un conocimiento nacido en el “corazón” y desarrollado en una vida de enfermedades, sufrimientos y vivencias transcendentes que sólo se dan en los genios locos, amantes de la naturaleza y libres de las dictaduras que, en ocasiones, impone la lógica formal.


Siento un profundo respeto por la sabiduría popular. Marcos Etxeberría mixturó sus experiencias personales, su intuición, su carácter combativo, su esotérica contracultura, su misticismo personal y el carisma que surge de todo ello. Enseñó a mucha gente a reconocer las plantas medicinales y sus virtudes. Ayudó a una gran cantidad de personas a encarar la enfermedad desde ángulos distintos y, seguramente, más provechosos. Plasmó sus conocimientos con una vieja máquina de escribir, con su estilo sin estilo, tal como brotaban las palabras de lo profundo de su alma. Un corazón noble y sin malicia, un saber primigenio lleno de aciertos.


Son discutibles sus ideas, tan personales pero tan vividas (lo que es de agradecer en un mundo donde todo se reinventa con tal de vender) pero su conocimiento de las aplicaciones terapéuticas de las plantas medicinales es de un gran valor. Muchas veces lo hemos comprobado con satisfacción.


Su obra permanece inédita.


Transcribiré a continuación su enfoque personal sobre el tratamiento del cáncer en una anécdota narrada por él mismo que explica cómo llegaron hasta él tales ideas. He conocido a tres personas que han aplicado tal método cosechando resultados que desafiaron, entonces, a las científicas especulaciones que pululaban entre mis neuronas.


Posiblemente su método parezca de difícil aplicación (¡paradójicamente es muy simple!) pero ahora puedo entender mejor por qué funcionó tan bien en esos casos que conocí personalmente. Su sistema no difiere mas que en la forma de los planteamientos básicos de esta obra. Incluso se parece algo al curioso método propuesto por Eric Rolf (ver apéndices). Quien pueda y quiera aplicarlo, con toda seguridad también se proporcionará a sí mismo la base necesaria para producirse cambios transcendentales en su estructura psicológica.


Veamos lo que nos explica el propio Marcos Etxeberría (conservo el estilo original del escrito):


“… he aquí una historia verdadera que le sucedió a una joven de veintitres años, el año 1959, en el hospital clínico de Barcelona, donde precisamente se encontraba un servidor internado de hepatitis doble (que tampoco contaban que un servidor saldría del clínico vivo…). Pues bien, un compañero de cama que sufría del corazón por haber vivido un terrible choque de trenes… tenía una hija internada en este hospital… Los doctores no se atrevieron a echarle mano bajo ningún concepto, dándola de incurable y con muy pocas semanas de vida, pues tenía un cáncer muy arraigado. Tampoco se atrevían a ponerla en la camilla para ser operada. Temína que no saldría tampoco de la operación, así que estaba ya descontrolada y completamente desesperada y aburrida… sabía que no tenía cura. También sabía que su vida era muy corta aunque no sabía ni los días que le quedaban de vida…”


“En esos días conicidió que nos vino a visitar una señora de edad muy conocida. Entablando conversación con el compañero de habitación, que era el padre de la joven que acabamos de relatar, le dijo que aunque fuese cáncer o quiste canceroso, aunque los médicos le daban muy pocas semanas de vida… tenía cura si ésta hacía lo que esta señora le indicaría. Su padre aceptó con toda curiosidad. A la vez, puso gran interés pues quería que su hija se curase como fuese; estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviese a su alcance”.


“Esta señora le dijo que le recomendaba ir a un pueblo apartado de la ciudad y del bullicio para llevar una vida tranquila y lo más apacible. Que en todo ese tiempo de verano tenía que comer sólamente frutos silvestres del campo y las montañas, beber agua de las fuentes o de manantiales (o sea, puras y sin porquerías ni potingues). Al mismo tiempo le recomendó que comiera abundantes plantas tiernas y frescas del tiempo, o las que se criasen por las montañas donde tenía que hacer dicho tratamiento. Entre ellas, la buglosa, el diente de león, el gordolobo, las manzanicas de pastor y las hierbas de las cardelinas. Si habían las tres primeras que las comiera sin escrúpulos, a todo pasto… que total, como tenía muy poca vida, tal y como se lo habían dicho los médicos del clínico, que más que morir ya no podía hacer”.


“Le aconsejó que diera muchos paseos, que sólo fuera a casa para dormir. Este señor le contestó: pues voy a visitarla que está en la sala bajo la nuestra, le voy a decir que vaya a nuestra casa que tenemos en La Coruña, en un pueblo apartado de la ciudad…”


“…la hija pidió el alta para irse a su pueblo. Su rostro era pálido, su cuerpo delgado y raquítico…”


“Al cabo de cuatro meses nos vino a visitar y no la conocíamos. Su garbo y sus modales eran muy distintos a los de antes. Parecía ser una joven de gente de alta sociedad. También los médicos se maravillaron que sólamente en cuatro meses estuviera sana y salva. Mirando las radiografías, sus quistes cancerosos habían desaparecido como por encanto con el tratamiento que le dijo la señora que a la vez era curandera y todo lo hacía de incógnito, por el buen corazón suyo que le dictaba hacer el bien a los demás”.


“Un servidor cogió en memoria las plantas que eran el diente de león, el gordolobo y la buglosa, que eran muy milagrosas para detener el progreso de toda clase de cánceres. Si éstos se cogían a tiempo, sin estar muy arraigados, sus curaciones eran verdaderas. Sobre todo si era acompañado sólamente de comer abundantes frutos silvestres. Estas plantas, un servidor las ha puesto después en práctica y nos han dado pero asombrosos resultados si los pacientes han puesto gran parte de ellos; si no es así es muy difícil llevar a cabo una curación… Así estamos muy seguros que cualquier paciente que sufra una dolencia desconocida o desahuciada por la ciencia médica, con este tratamiento se curará radicalmente. Mucho más efectivas serán estas curaciones si están en puro contacto con la naturaleza”.


Hasta aquí el relato original. Las tres plantas principales que se citan son las siguientes:


– Diente de león (Taraxacum officinale). Planta extraordinariamente común en nuestros prados y de enorme valor nutritivo.


– Gordolobo (Verbascum thapsus). Muy abundante y con interesantes virtudes medicinales.


– Buglosa (Anchusa azurea). También conocida como “lengua de buey”.


Desde hace años recomiendo el uso de las hojas de Diente de león en ensaladas y como jugo o licuado. Cuento con un caso de regresión de cáncer de colon en el que el tratamiento único que seguía la paciente consistía en beberse todas las mañanas un vaso de jugo de esta planta, algo diluído con agua mineral y jugo de limón, suprimiendo de la dieta carne, pescado y alimentos muy procesados o desnaturalizados.


Las plantas citadas y otras verduras silvestres pueden ser tomadas en forma de jugo. Como se ve, lo básico del tratamiento es una dieta vegetariana muy estricta, con abundancia de plantas y frutos silvestres. Se añade el cambio radical de circunstancias, la actividad física y el contacto con la naturaleza.


Aunque comprendo el desprecio que pueda generar en algunos intelectos “cultivados” este capítulo tan flaco en lo que al estricto rigor científico se refiere, mis observaciones me reafirman en la coherencia que su fondo posee.


Vayan, pues, mis respetos para con la primigenia sabiduría de un “ignorante” genial. Saludos, dónde quiera que estés, amigo Marcos.

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