[Introduzco este capítulo aquí a título anecdótico. Tras el fallecimiento del protagonista he perdido la pista (y ya han pasado algunos años) del tratamiento que diseñó y desconozco su disponibilidad actualmente. Finalmente, tampoco pude hacer un seguimiento aceptable de personas que hacían uso de su descubrimiento.]
Conocí a D. Francisco Del Río Fadón una mañana de agosto de 1995. Para ser sincero, esperaba encontrar a una especie de loco obstinado con la idea de haber descubierto la solución definitiva para el cáncer. Pero para opinar hay que conocer directamente, no hay otra alternativa coherente. No tenía más referencias sobre su persona que una fotocopia, que un amigo me había proporcionado en España, de una etiqueta de unas cápsulas que un laboratorio fabricaba para él.
Una vez conseguida la dirección, ya en la capital de ese hermoso país norteamericano (México), concerté una entrevista con el personaje en cuestión. Y allí fuí, a las diez de una soleada mañana, en taxi, hasta el número 780 de la calle Andrés Molina Enriquez, México D.F.
Puedo jurar que no me esperaba encontrar el edificio que allí hay: la fábrica de rompope Santa Clara. El rompope es un licor suave hecho con leche, ron, canela, azúcar y huevos, muy tradicional, que incluso se da a los niños con el ánimo de "fortalecerlos". También en España hubo un tiempo en que se usaban los vinos quinados con el mismo fin y, a los niños en general, nos encantaba... ¡mucho más rico que el aceite de hígado de bacalao, sin duda!
Lo cierto es que la dirección era correcta así que entré al vestíbulo de la enorme fábrica y allí esperé a que llegara el misterioso Sr.Del Río.
Para no aburrirle con la historia le diré que al cabo de unos minutos acabé conversando amistosamente con él. Se trataba del propietario de la fábrica y una de las personas más alegres y amables con las que me tropecé en toda mi vida. Un venerable, risueño y encantador abuelito de ochenta y siete años... Por su aspecto se diría que no más de sesenta y cinco, tan bien llevados estaban.
Toda una historia y todo un personaje: químico hecho a sí mismo, antiguo profesor de botánica en la universidad, empresario próspero y (lo que más me intrigaba) supuesto descubridor de un remedio vegetal que, según me habían dicho, tenía fama de curar el cáncer. Dicho sea de paso, hoy en día atreverse a decir que algo cura el cáncer es algo así como blasfemar en un templo. Parece que es un dogma de fe inquebrantable la incurabilidad de tal dolencia por lo que sólo le espera el más profundo desprecio a quien ose sugerir siquiera tal posibilidad herética.
D.Francisco (confieso que aún no se muy bien cómo) descubrió unas semillas que parecían tener una influencia muy benéfica sobre los enfermos con cáncer. Extraía el aceite o las maceraba en aceite (nunca conocí el proceso exacto), introducía el resultado en cápsulas de gelatina blanda y las ofreció gratuitamentet a los enfermos que las solicitasen. No me pareció que este buen señor tuviese problemas económicos de ninguna especie. Posiblemente su rompope sea el más vendido en el mundo y, tras una emocionante vida llena de galardones y reconocimientos por muy diversas causas altruistas no cabía pensar en intenciones turbias.
Lo que sí puedo certificar es que no habrá mayor información testimonial sobre el efecto de sus cápsulas que la que obra en su poder. He conocido personas exageradas, mentirosas, vanidosas, mítomanos con ínfulas de científicos, ambiciosos dispuestos a decir cualquier cosa para lucrarse, etc, etc, etc... Don Francisco siempre se quedó corto en todo lo que me contó. Me dijo que se habían tratado unas 15.000 personas con sus cápsulas y que daban buen resultado. La verdad es que si entre sus archivos (que me permitió examinar minuciosamente) no había ese número de cartas, no habría muchas menos. Pasé varias horas leyendo testimonios procedentes de todas partes del m undo, sobre todo de México pero también de la ex-Unión Soviética y España. Todas las cartas estaban firmadas, con nombre completo, dirección y hasta los números de sus documentos de identidad. TODAS esas cartas agradecían a Dios y a D.Francisco el haber conseguido esas "cápsulas milagrosas". Muchas de ellas iban acompañadas de copias de la historia clínica, diagnóstico, tratamientos anteriores y descripciones (a veces enormemente emotivas) de sus "supuestas" curaciones.
Debo aclarar que en no pocas de esas historias se enfatizaba que, tras ingerir durante un tiempo las "cápsulas Fadón" ya no se localizaban tumores que antes habían sido confirmados por diagnósticos efectuados en clínicas y por doctores que se citaban... en fin: toda esa documentación era realmente impresionante.
Si tan sólo el diez por ciento fuese cierto: ¿cómo es que usted, tal vez, esté oyendo hablar de esto por primera vez?
La verdad es que numerosos periódicos y revistas publicaron, a lo largo de varios años, noticias sobre este insigne filántropo. Incluso en el ABC en España, apareció una reseña haciendo mención del señor Del Río Fadón, pues cerca de un centenar de españoles recibían el sencillo tratamiento descubierto por él y parece ser que con buenos resultados. Además, D.Francisco, que pasó muchos años en España, fue distinguido con la Orden de Isabel la Católica y algún que otro homenaje más. ¡Todo un genio y figura!
Cuando alguien se ofrece reiteradametne para que su descubrimiento sea estudiado con toda minuciosidad por quien lo desee y tenga la capacidad científica necesaria, lo lógico (pensará el lector inteligente) será que así se haga. ¡Pues no!, no parece ser esta la disposición de los estamentos científicos y oficiales. Don Francisco ha realizado numerosos llamamientos y siempre ha estado dispuesto a financiar, de su propio pecunio, tal investigación. El desprecio con que se le prejuzga es francamente desolador. Quiso llevar a una veintena de enfermos que usaron su tratamiento ante los organismos competentes de las Naciones Unidas y le remitieron a un conocido oncólogo mexicano que, según parece, ha hecho oídos sordos a este asunto reiteradamente.
Según declara Don Francisco, desearía ceder gratuitamente la fórmula de su compuesto a cualquier gobierno que se comprometa a proporcionárselo a los enfermos que lo soliciten. Pide a cambio la creación de algunos asilos de ancianos (el bienestar de la llamada tercera edad es su gran ambición)... nadie le ha respondido jamás. Mientras tanto los ingresos obtenidos con sus famosas cápsulas son destinados al sostenimiento de algunas instituciones de este tipo que él mismo patrocina.
Ante el absurdo silencio oficial en torno a este caso (quizá el más documentado del mundo en cuanto a testimonios directos se refiere) el señor Fadón suministra sus cápsulas a los enfermos que las solicitan previo certificado médico en su fábrica de México. Todos los días, lo he visto, circulan por allí varios centenares de personas para recoger su tratamiento.
¿Cómo se utilizan las cápsulas Fadón?
La dosis ideal son tres cápsulas diarias; una antes de cada comida. Durante la primera semana se toma una al día, la segunda semana dos y desde la tercera en adelante la dosis normal de tres cápsulas.
Personalmente, en el momento en que escribo estas lineas, no he tenido la oportunidad de seguir un número significativo de casos. Sí puedo afirmar que, entre las que tengo constancia que siguen (exclusivamente) tal tratamiento, algunas ya han superado la expectativa de vida que se les había pronosticado. Aparentemente se encuentran bastante bien. Por todo lo expuesto no he querido dejar de incluir el descubrimiento del señor Fadón en este libro con la esperanza (razonablemente fundada, a tenor de los miles de testimonios escritos que he tenido en mis manos) de que pueda ser de utilidad a quienes lean estas lineas y puedan conseguir las citadas cápsulas.
No parece tener contraindicaciones. Las semillas utilizadas en la fórmula carecen de toxicidad. Se observa, eso sí, entre los que las utilizan, un marcado aumento de la diuresis (mayor eliminación de orina), al menos al principio del tratamiento. Y esto no puede interpretarse, en modo alguno, como algo necesariamente negativo.
En fin, queda escrito lo que puedo decir sobre este tema. Algún día, ojalá, si los inexplicables entresijos de la ciencia y las multinacionales del medicamento lo permiten, tal vez conozcamos a ciencia cierta el alcance de este descubrimiento. Mientras tanto concedamos el respeto debido a un filántropo octogenario al que varios miles de personas se muestran fervientemente agradecidas.